Mucho se viene hablando de fracaso escolar, quizá sin profundizar lo suficiente en su origen. Como es obvio, las causas pueden y suelen ser múltiples, bien por sí solas o combinadas; sin embargo, la falta de motivación se anuncia como un indicador temprano para delatar un conflicto que pronto se desencadenará con toda virulencia. Alumnos que se distraen (y que distraen a sus compañeros), que se aburren en clase, de donde intentan escapar a la menor oportunidad; escolares con evidentes aptitudes que, a pesar de ello, adquieren rápidamente fama de holgazanes y díscolos; que, en fin, suponen un auténtico quebradero de cabeza para la buena voluntad de los docentes, los cuales a duras penas consiguen mantener un mínimo orden en el aula.

¿Qué hacer con estos chicos? Tal vez, el fallo no resida tanto en ellos sino en un sistema poco preparado para asistir al diferente, a aquellos que no se adaptan a una trayectoria rígida, previamente trazada sin tener en cuenta las peculiaridades de quienes no responden de forma adecuada a los parámetros habituales. Por fortuna, abundan los educadores con amplitud de miras, tolerantes y dispuestos a ayudar a cada alumno para encontrar su propio camino de forma incondicional.

En un mundo donde hace más quien quiere que quien puede, no se puede permitir el extravío de ninguna vocación. A ello, precisamente, se dedican algunos pedagogos, como Marina Escalona, creadora del manifiesto Aprendemos todos y cofundadora de la asociación del mismo nombre, Escuela de Vocación, cuya propuesta educativa se basa en el desarrollo integral y consciente del ser humano. Hermosa iniciativa centrada en la orientación vocacional, de tal forma que quienes no llegan a descubrir su propia fórmula de desarrollo personal y profesional en la etapa educativa, puedan construir su particular modelo de crecimiento.

Opinión | SEDIMENTOS

Carmen Bandrés

El Periódico de Aragón

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