Dos realidades de un mismo Aragón: la política y el barrio.
A veces, el tiempo nos pone frente al espejo y nos recuerda qué significa realmente servir a esta tierra.
El Gobierno de España ha concedido, a título póstumo, la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III a Javier Lambán, expresidente de Aragón. Un reconocimiento merecido, que honra a quien dedicó su vida a esta comunidad y la defendió con convicción, incluso en los momentos más duros.
Más allá de los colores o los partidos, Lambán representó una forma de entender Aragón desde la palabra, la cultura, la memoria y la política con raíz. Supo hablar de la comunidad como un todo, y esa es una virtud escasa en tiempos de división.
Por eso duele que, en sus últimos años, muchos no supieran estar a la altura del momento. No se trata de juzgar, sino de lamentar cierta falta de respeto político y humano hacia quien había dado tanto. La política se desgasta, los cuerpos se agotan, las etapas se cierran… pero la gratitud y la elegancia deberían permanecer.
Hoy, con su nombre de nuevo en los titulares, lo justo es recordarlo con respeto. No solo por el cargo que ocupó, sino por el esfuerzo constante que mantuvo hasta el final. Porque, aunque el tiempo y las tensiones internas lo erosionaron, Lambán nunca dejó de ser, ante todo, un aragonés comprometido.
Y desde Las Fuentes, donde la vida cotidiana sigue reclamando dignidad, recordamos que el servicio público no se mide por el cargo, sino por la entrega.
Lambán lo hizo desde el Gobierno de Aragón; otros lo hacemos, día a día, desde los barrios, defendiendo los intereses generales, sin despacho pero con el mismo sentido de responsabilidad.
Porque honrar a quienes sirvieron a Aragón también es cuidar a su gente y mantener viva la llama del compromiso.
Laureano Garín Lanaspa

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