En el barrio de Las Delicias, junto a la estación central de trenes, el frío empieza a notarse antes de que llegue el invierno.

Allí, en los soportales, en los bancos, en los rincones donde la ciudad se vacía de paso y de mirada, duermen quienes no tienen hogar.

Estos días, El Periódico de Aragón ha recogido una declaración institucional: los servicios sociales aseguran que “no se puede obligar a salir” a las personas sin techo que pernoctan en esa zona.

Una frase que parece de prudencia, pero que en realidad es un retrato del desconcierto: no sabemos qué hacer, y a veces no queremos mirar.

No se trata de poder o no poder obligar. Se trata de acompañar, atender, comprender y ofrecer alternativas reales.

Porque detrás de cada cuerpo bajo una manta hay una historia: pérdida, enfermedad, desarraigo, pobreza o simplemente abandono.

Y cada una de esas historias interpela a la ciudad que somos.

Zaragoza presume de su estación moderna, de su conexión con el AVE, de su dinamismo urbano. Pero una ciudad no se define por la velocidad de sus trenes, sino por la dignidad de quienes esperan sin billete.

Los techos donde duermen estas personas son símbolo de algo más profundo: de las grietas invisibles entre el bienestar proclamado y la realidad vivida.

Hay que reconocer lo positivo: que se hable del tema, que los medios visibilicen, que los servicios sociales reconozcan sus límites sin recurrir a la represión.

Eso es un avance: poner humanidad antes que castigo.

Pero también hay que mirar más allá: la frase “no se puede obligar” no puede convertirse en una excusa que oculte la falta de recursos, coordinación o voluntad política.

El derecho a dormir bajo techo —aunque sea improvisado— no puede sustituir el derecho a una vivienda, a una atención integral, a una vida digna.

Zaragoza no necesita más muros ni más verjas: necesita espacios que acojan, programas que acompañen y políticas que escuchen.

Nadie debería dormir a la intemperie en una ciudad que presume de justicia social.

Nadie debería convertirse en sombra bajo un puente o en cifra en un informe.

La verdadera medida del progreso urbano no está en el número de trenes que llegan a Delicias, sino en las personas que dejan de dormir junto a sus andenes.

Y quizá ese sea el viaje más urgente que la ciudad aún tiene pendiente.

LAUREANO GARIN LANASPA

Asociación CIVITAS Vecinos Las Fuentes