Opinión | FIRMA INVITADA

09 MAR 2025
El Periódico de Aragón
¿Qué puede hacer la escuela ante la desafección de parte de la juventud hacia la democracia?
¿A la Generación Z (los nacidos entre 1997 y 2002) le «da igual» vivir en una democracia? Según algunos rigurosos estudios, a uno de cada cuatro jóvenes españoles les importa poco vivir en democracia e incluso verían justificado un régimen autoritario según en qué circunstancias. Esa desafección por la democracia e incluso el abrazo a ideales autoritarios puede tener varias explicaciones. En un amplio sector de la juventud actual existe un alto grado de insatisfacción: falta de vivienda, trabajos precarios, imposibilidad de independizarse de sus padres, etc. Está muy extendida la creencia de que el éxito o el fracaso personal dependen cada vez menos del esfuerzo y más de la riqueza o privilegios heredados y de «tener contactos». Y así es fácil que lleguen a la conclusión de que «con el voto y la democracia no se come». Añádanse, además, el crispado «ambiente» sociopolítico y la influencia de las redes sociales, casi único canal de información/desinformación para la mayoría.
Si ese es el preocupante paisaje actual, bueno sería que desde el sistema educativo se hiciese una serena y profunda reflexión. Máxime, sintiendo ya que los huracanados y peligrosos vientos que barren el planeta están entrando en las aulas. La escuela como institución, desde la básica a la universidad, es un espacio idóneo para analizar lo que está pasando en el mundo, tomar conciencia de lo que pasa y plantearse soluciones y proyectos de futuro. Esa es su misión: la transmisión y puesta en práctica de valores que favorezcan la libertad personal, la responsabilidad, la ciudadanía democrática, la solidaridad, la tolerancia, la igualdad, el respeto y la justicia. Desde esos principios, se cuenta con valiosos instrumentos para enseñar democracia y para aprender en democracia.
Enseñar democracia. Tenga las ideas que tenga, el profesorado español debe atenerse a desarrollar el currículo oficial. La libertad de cátedra no equivale a que cada cual pueda hacer lo que quiera con el «programa» oficial (A. Embid. Las libertades en la enseñanza). El currículo es el marco en el que todo docente debe desarrollar las funciones que le asigna la normativa legal (Lomloe, art. 91), lo que no impide ni restringe (¡faltaría más!) la reconocida autonomía pedagógica.
Vayamos al currículo, directamente a las enseñanzas mínimas de la ESO fijadas por el Estado para todos los territorios (RD 217/2022). El primer objetivo de esa etapa obligatoria, que cursan todos los jóvenes (no se olvide) de este país, dice así: «desarrollar en los alumnos y alumnas las capacidades que les permitan asumir responsablemente sus deberes, conocer y ejercer sus derechos en el respeto a las demás personas, practicar la tolerancia, la cooperación y la solidaridad entre personas y grupos, ejercitarse en el diálogo afianzando los derechos humanos como valores comunes de una sociedad plural y prepararse para el ejercicio de la ciudadanía democrática». En esa línea se concretan los saberes básicos de determinadas materias. En Educación en Valores Cívicos y Éticos: «El Estado de derecho y los valores constitucionales. La democracia: principios, procedimientos e instituciones. La memoria democrática». Y en Geografía e Historia: «La ley como contrato social. De la Constitución de 1812 a la Constitución de 1978. Ordenamiento normativo autonómico, constitucional y supranacional como garante de derechos y libertades para el ejercicio de la ciudadanía».
Aprender en democracia. La democracia se enseña (se debe enseñar) en las aulas. No solo como contenido curricular y, por tanto, objeto de evaluación en determinadas asignaturas. También como vivencia colectiva. Evidentemente, el alumnado (y sus familias) deben respetar la autoridad del profesorado, aunque no puede olvidarse que el respeto ha de ser mutuo, por supuesto. Sin despreciar la tradicional lección expositiva, está más que demostrado que con metodologías didácticas activas y participativas (democráticas) se motiva mucho más al alumnado, se le implica directamente en su aprendizaje y, al final, se obtienen mejores resultados académicos. Por otra parte, los centros educativos son escenarios propicios para la participación a través de los consejos escolares, las asociaciones de familias, las asociaciones de estudiantes, etc. Si la participación es el eje de la vida escolar, se aprende a vivir en democracia.
Seguramente la escuela como institución esté llamada a contrarrestar las influencias que recibe nuestra gente más joven desde el exterior. Y más en estos momentos, con un «ambiente» sociopolítico tan crispado y con intentos de socavar los principios democráticos en algunos lugares. Pero también hemos de ser conscientes de que la «escuela» sola no puede: las familias, la clase política, los medios y la sociedad en general tienen mucho (muchísimo) que decir y que hacer. «Educa la tribu entera» dice un aforismo africano.
Tal vez convenga reformularnos la pregunta inicial: ¿nuestros jóvenes no quieren vivir en democracia?, ¿o sí, pero no así?
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