A veces, el artículo más breve contiene la verdad más larga. Hoy Ángela Labordeta, en su columna “Salida de emergencia”, nos lo recuerda con una frase que no se borra: “Todo se reduce a política, pero no a la buena política”. Y esa diferencia es la que nos está costando demasiado.
Vivimos un tiempo en el que lo grave no es ya el insulto, sino la costumbre de insultar. Donde lo trágico no es el silencio de los gobernantes, sino que nos parezca normal que se escondan. Donde la política ha dejado de ser un ejercicio de servicio para convertirse en un ring permanente. Y en ese combate, pierde la ciudadanía, pierde la convivencia, pierde la esperanza.
Cuando falta quien dé la cara
Ángela señala con claridad la ausencia del presidente. Y no solo física. La ausencia que duele es la simbólica: la del liderazgo, la del gesto, la de la palabra serena en medio del ruido. En los peores momentos, lo mínimo que se espera es presencia, responsabilidad y un mínimo de humanidad. Pero en lugar de eso, lo que tenemos es espectáculo.
Y el espectáculo —cuando viene del poder— es una forma de desprecio.
La política del contra: ruido, veneno y cinismo
La columna también denuncia esa tendencia que ya se ha convertido en estrategia: convertir cada crisis en una oportunidad para atacar al adversario. Da igual que haya incendios, inflación, desigualdad o conflictos sociales. Todo sirve para el “y tú más”. Y eso degrada no solo la política, sino la vida pública entera.
La crítica ha sido sustituida por el zarpazo. El argumento por la comparación hiriente. Y la ciudadanía por el aplauso fácil de las redes sociales. Esa política no construye. Solo quema.
La ausencia de proyecto colectivo
Cuando la política se reduce a ganar puntos contra el otro, se pierde el sentido del nosotros. Nadie habla ya de país, de comunidad, de futuro compartido. Solo se habla de encuestas, titulares, poder. La consecuencia es doble: desafección ciudadana y crispación permanente.
Y cuando la gente se aleja de la política, los problemas se enquistan. Porque nadie escucha. Porque nadie representa. Porque todo se transforma en eco.
Salida de emergencia: recuperar la dignidad política
Lo que plantea Labordeta no es una queja, es una llamada. Y la compartimos: hay que recuperar la política de verdad. La que escucha. La que está presente. La que representa. La que no necesita insultar para defender una idea.
Los peores momentos exigen lo mejor de quien gobierna. Pero también de quien observa, de quien vota, de quien vive. Exigen madurez, conciencia y exigencia.
Y si ellos no están a la altura, estemos nosotros.
Porque, como dice la propia autora, “todo se reduce a política”. Y precisamente por eso, no podemos dejarla en manos de quienes solo saben convertirla en ruido.

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