A veces, el silencio de los años pesa más que el ruido de las máquinas.
Porque no es solo una calle lo que quedó a medias, es una forma de entender la ciudad que se fue perdiendo entre muros, promesas incumplidas y tierra echada sin respeto.
La prolongación de la calle San Adrián de Sasabe no es una línea en el plano, es una costura pendiente entre dos mundos: el de los vecinos que lucharon por dignificar su entorno y el de una ciudad que todavía no ha sabido reconocer su deuda con ellos.
Yo estuve allí. Vi cómo empezábamos a abrir paso donde solo había barro y escombros. Vi cómo se inauguraba la primera fase con ilusión, con vecinos aplaudiendo y autoridades reconociendo un trabajo colectivo. Vi también cómo el muro —ese muro— se convirtió en una metáfora del abandono. Y he seguido viendo, año tras año, cómo esa parte del barrio se ha quedado atrapada entre el olvido y la improvisación, como si su dignidad no importara.
Esta última palabra no es una queja. Es un testimonio. Es la memoria de quienes crecimos entre canalizaciones, acantilados de tierra y sueños urbanos. Es también una llamada a quienes hoy tienen en sus manos las decisiones: no hereden la desidia, hereden el compromiso. Porque la ciudad se construye con calles, sí, pero sobre todo con respeto. Y respetar es escuchar a quien estuvo allí, cuando nadie quería mirar.
Aquí queda esta palabra. Ni amarga, ni rendida. Solo verdadera.
— Nano, desde Las Fuentes
Miércoles, 2 de Julio de 2025.

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