A la entrada del Tercer Cinturón, por la calle Rodrigo Rebolledo, justo donde la gasolinera y el lavadero de coches custodian la esquina, hay una escultura que muchos pasan sin mirar. Algunos ni saben que está. Otros ya no la ven. Pero esa escultura tiene nombre y tiene alma: La Maternidad. Y tiene historia. Fue colocada en su día por el compromiso de vecinos del barrio, promovida por quienes quisieron rendir homenaje a las madres y mujeres de Las Fuentes. La firma el escultor Jacinto Ramos, del entorno de Pablo Serrano.

Hoy, sin embargo, nadie responde por ella. Está ahí, dejada de la mano de Dios, como tantas otras piezas del patrimonio urbano que no lucen porque no interesan. Sin mantenimiento. Sin limpieza. Sin cuidado. Como si lo simbólico molestara, como si el recuerdo no cotizara.

Fue Inviasa quien clavó el pedestal, y fue el vecindario quien la dotó de sentido. Pero hoy la obra es un espejo sucio: refleja el desdén por lo público, por lo común, por lo que nos representa como comunidad. No hay mantenimiento, la brigada de arqueología urbana está desfondada o desaparecida, y lo poco que queda se va desgastando en el silencio de la desidia. No es solo herrumbre o polvo: es desprecio institucional a la cultura del barrio.

Porque al final no hace falta más que un poco de lija, pintura y compromiso. Pero eso, que parece tan sencillo, se vuelve imposible en manos de quienes han perdido el alma del servicio público. Y así, con cada día que pasa, la maternidad —esa figura que debía ser símbolo de vida, cuidado y barrio— se convierte en una víctima más del abandono colectivo.