
En Las Fuentes no nos sobran hectáreas, pero nos sobran razones. El barrio no puede seguir esperando una solución que nunca llega mientras Zaragoza se expande hacia el sur, dejando en la cuneta a quienes sostuvieron esta ciudad durante décadas. No hay suelo nuevo, dicen. Pero sí hay inteligencia urbana, si se quiere aplicar. Y nosotros lo exigimos.
Aquí, entre bloques que envejecen a pasos de gigante, viven generaciones que construyeron comunidad sin pedir permiso. Hoy, esos mismos edificios —de 50, 60 y hasta 65 años de antigüedad— piden a gritos una intervención decidida. Rehabilitar no es una opción: es una urgencia social, económica y moral. No se trata solo de pintar fachadas, sino de garantizar seguridad estructural, accesibilidad, confort térmico y un modelo de vida digno para jóvenes, mayores y familias vulnerables.
No podemos resignarnos a perder a nuestra juventud por falta de alternativas. Si no hay espacio horizontal, pensemos en vertical. Lo que en Benidorm llamaron torres, aquí puede ser vivienda pública accesible, con servicios compartidos, zonas verdes y vida comunitaria. No hablamos de grandes operaciones especulativas, sino de soluciones reales para necesidades reales. Diseños humanos, bien pensados, bien ubicados y bien gestionados.
Además, el poco suelo urbano disponible no puede repartirse como si fuera un botín entre los de siempre. Las Fuentes necesita planificación con visión de barrio y justicia territorial. Cualquier metro cuadrado libre debe ponerse al servicio del bien común. Eso exige participación vecinal, auditoría pública y valentía política.
Hay margen de acción: desde el esponjamiento urbano hasta la conversión de locales vacíos en viviendas, pasando por la rehabilitación energética intensiva y la creación de modelos intergeneracionales. Y no olvidemos lo que ya está diagnosticado: la revisión urgente de las inspecciones técnicas de edificios (ITE), muchas de ellas incumplidas o ignoradas.
Habitar Las Fuentes no puede ser un castigo ni una renuncia. Es un acto de arraigo, de dignidad y de derecho. Porque la ciudad que se olvida del este no es una ciudad completa. Y porque sin soluciones reales para el presente, no habrá futuro que valga la pena para nadie.
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