En un barrio donde la vida late entre adoquines y recuerdos, donde cada rostro tiene una historia y cada portal guarda secretos de generaciones, ha nacido una propuesta que no busca grandes titulares, pero que puede cambiarlo todo: un gabinete psicológico técnico-emocional, gratuito, comunitario y humano. No se trata de una moda ni de una promesa institucional; se trata de cuidar la salud mental, de verdad, desde abajo, desde cerca.

En este barrio —como en tantos otros— la salud emocional no siempre tiene nombre. A menudo se disfraza de cansancio crónico, de insomnio, de irritabilidad, de tristeza que no se va. Los silencios pesan, las heridas no cerradas supuran en la sombra, y mucha gente convive con ellas sin saber a quién acudir. Por eso, esta propuesta nace de una certeza: hay demasiadas personas que sufren en silencio. Y eso no puede ser normal.

El gabinete que se plantea no es una oficina fría ni un despacho burocrático. Es un espacio cálido y profesional donde uno puede sentarse y decir: “Me pasa esto”. Y que alguien escuche. De verdad. Profesionales del ámbito psicológico estarán ahí para atender, orientar, acompañar, sin coste, sin barreras, sin juicios. Porque la salud mental no puede depender del dinero que tengas o del valor que te atrevas a reunir para pedir ayuda. Tiene que ser un derecho, un cuidado compartido, una garantía humana.

Pero además de atender, hay que hablar. Romper los tabúes. Por eso esta iniciativa se completa con un plan de sensibilización emocional en el barrio. Charlas en escuelas, talleres para familias, encuentros entre vecinos, materiales sencillos que expliquen que sentir no es un problema: es parte de vivir. Que llorar no es debilidad: es una forma de resistir. Que decir “no puedo más” puede ser el primer paso para empezar a sanar.

La idea es simple y, al mismo tiempo, profundamente revolucionaria: cuidarnos entre todos. Y para eso hace falta voluntad política, pero también implicación ciudadana. Hace falta que los barrios sean lugares donde, además de vivir, podamos recomponernos cuando algo se nos rompe por dentro. Hace falta que los servicios públicos y las redes comunitarias entiendan que no hay salud sin salud mental.

En definitiva, lo que se propone es un gesto de amor colectivo: un gabinete emocional para que nadie se quede solo con su dolor, y una campaña de sensibilización para que hablar de ello deje de dar vergüenza o miedo. Porque no se trata de salvar el mundo, sino de construir uno donde vivir sea un poco más amable.

Y si algo queremos dejar dicho con esta propuesta es que este barrio, Las Fuentes, no se resigna. Aquí también nos cuidamos. Aquí también importan las emociones. Aquí también hay espacio para el consuelo y la escucha. Y quizá, con este pequeño paso, estemos abriendo un camino mucho más grande.