Hace falta coraje para decirlo alto y claro. Y Jesús Jiménez lo ha hecho. Con la solvencia que da el cargo —vicepresidente del Consejo Escolar del Estado—, pero también con la mirada limpia de quien conoce el valor real de la educación pública. Su artículo en El Periódico de Aragón, titulado “Asfixiar a las universidades públicas”, no es solo un texto de denuncia: es un grito sereno, un acto de responsabilidad.
Porque asfixiar una universidad no empieza con un decreto, sino con una suma de indiferencias. Con cada plaza de profesor que no se cubre. Con cada laboratorio cerrado. Con cada joven que no encuentra futuro en su tierra. Así se estrangula lo público: lentamente, sin titulares, pero con consecuencias irreversibles.
Financiación menguante, expectativas crecientes
Jesús Jiménez lo resume con precisión quirúrgica: se exige más, pero se da menos. Las universidades públicas están atrapadas entre el discurso de la excelencia y la realidad de los recortes. Se les pide competitividad, pero se les niegan los recursos. Se habla de digitalización, de innovación, de transferencia… pero no hay dinero para renovar ordenadores, mucho menos para estabilizar plantillas.
Y lo más grave es que ya no sorprende. La precariedad se ha convertido en rutina. Y cuando normalizamos el deterioro, estamos más cerca del colapso que del cambio.
La brecha pública-privada: dos velocidades, una injusticia
Cada vez es más evidente: mientras algunas universidades privadas gozan de libertad, fondos, patrocinios y promoción institucional, las públicas se ven obligadas a mendigar presupuestos y justificar cada euro. ¿Dónde queda el principio de equidad? ¿Qué pasa cuando el talento empieza a emigrar porque aquí no puede investigar ni progresar?
Asfixiar lo público es también favorecer lo privado. Pero cuando el conocimiento se convierte en mercancía, el saber deja de ser un derecho y pasa a ser un lujo.
Hiperregulación: cuando el control se convierte en obstáculo
Otra de las alertas que lanza Jiménez es la parálisis causada por la hiperregulación. Todo trámite es una carrera de obstáculos: convocar, contratar, firmar convenios. El control ha sustituido a la confianza, y eso bloquea la agilidad, la innovación y la autonomía universitaria. No se puede transformar el futuro con normas pensadas para el pasado.
En Aragón: promesas que no llegan
Y se aquí, en Aragón, sabemos de lo que habla. Las universidades de nuestra comunidad —públicas, comprometidas, fundamentales— siguen esperando planes de inversión, refuerzo de personal y decisiones estratégicas. Siguen formando a miles de jóvenes, siguen sosteniendo la investigación, siguen cooperando con el territorio… pero lo hacen con un pie atado. Y aún así, resiste.
Llamamiento final: defender lo público sin complejos
No se trata de una queja corporativa. Es una llamada a la ciudadanía. Defender la universidad pública es defender un modelo de país. Donde la formación no depende de la cuenta bancaria. Donde el conocimiento es un bien común. Donde el futuro no se privatiza.
Las universidades públicas no solo enseñan, también nos enseñan a pensar. Y quien piensa, molesta. Tal vez por eso molestan tanto.
Pero si las dejamos caer, caeremos todos.

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