18 de julio de 2025

No hay ciudad que se respete a sí misma si olvida su geografía sagrada. Zaragoza tiene un tesoro vivo, vegetal y silencioso, que no puede ser sacrificado en nombre de un desarrollo que ya no es sostenible. El Soto de Cantalobos, el mayor soto de ribera del Ebro a su paso por la ciudad, no solo es una reserva natural: es una reserva moral. Y no se toca.

No es un solar. No es un terreno disponible. Es un ecosistema único. Alberga biodiversidad, agua, memoria y posibilidad. Representa la última frontera verde del este zaragozano, el último pulmón profundo en un entorno que durante años ha sido castigado por el abandono institucional. El Soto no es solo naturaleza; es cultura, es infancia, es escuela a cielo abierto, es refugio climático, es belleza.

Que nadie se equivoque: proteger el Soto de Cantalobos no es ir contra el progreso. Es defender otro tipo de progreso. Uno que no destruye lo que no puede construirse de nuevo. Uno que sabe que plantar árboles puede ser más urgente que levantar ladrillos.

En Las Fuentes no falta suelo: falta voluntad. Falta inversión. Falta respeto por la historia y por el derecho a una vida digna sin hipotecar el paisaje. Quieren convencernos de que para tener futuro debemos renunciar al presente, y eso es una gran mentira. Porque no hay futuro posible si nos arrebatan la raíz.

Y ojo: defender el Soto de Cantalobos no es una lucha aislada. Es una línea roja. Significa decir NO a un modelo de ciudad que expulsa a las clases populares hacia la periferia, que destruye el territorio con promesas vacías y que vende el patrimonio natural como si fuera un activo urbanístico. Aquí hay vecinas y vecinos que cuidan, que defienden, que educan. Aquí hay identidad. Y la identidad no se vende al mejor postor.

El Soto de Cantalobos debe ser intocable. Debe ser abrazado como una joya, cuidado como un derecho, y compartido como un bien común. Más cultura. Menos cemento. Y más memoria del barrio que somos y del que queremos seguir siendo.