En el urbanismo de una ciudad hay calles que marcan recorridos, otras que vertebran barrios, y algunas que se quedan suspendidas en el tiempo, atrapadas entre lo que fueron y lo que no se quiso que fueran. La calle San Adrián de Sasabe es una de ellas.

Nace en el paseo Echegaray y Caballero, justo donde arranca el alma del barrio. Debería alcanzar, con naturalidad y justicia urbanística, la fachada de la Facultad de Veterinaria, cruzando ese territorio sin nombre que separa la vida cotidiana del barrio de Las Fuentes del abandono planificado de la orla este del Parque Torre Ramona. Debería… pero no lo hace.La primera fase fue un hito. Se inauguró con la presencia del alcalde Juan Alberto Belloch. Yo mismo, como concejal presidente del distrito, fui parte activa y persistente de esa conquista vecinal. No fue casualidad: fue una lucha con nombres, tiempos y obstáculos. Esa calle era más que una vía: era un compromiso con la ciudadanía. Pero quedó a medias.

Hoy, más de 20 años después, esa segunda fase permanece en el cajón del olvido, mientras crecen las zarzas donde deberían correr las bicicletas. Lo que debería ser un eje vertebrador se convierte en una frontera simbólica: el muro de las lamentaciones, la tapia de Las Fuentes, la atalaya desde donde se contempla una huerta olvidada, y una ampliación del parque que nunca se define, ni se cuida, ni se planifica.

Todo ello sucede en una zona estratégicamente vital, afectada por las trazas del saneamiento de la ciudad: canalizaciones antiguas, sifones y vertidos que se construyeron cuando yo era un crío, con 13 o 14 años, y que aún hoy son visibles desde los talleres de Monasterio de Santa María de Ripoll, Nuestra Señora de Fuenfría o la calle Solesmes. Detrás de esas viviendas transcurren las venas ocultas de la ciudad. Pero no hay ni un proyecto real ni una voluntad clara para darles un marco urbano digno.

El Plan General de Ordenación Urbana vigente contempla esa segunda fase. Está aprobado. Pero entre el proyecto técnico y la decisión política hay una grieta cada vez más profunda. Y ahí es donde surgen las dudas. El consejero de Urbanismo, Víctor Serrano, parece tener otros planes. ¿Cuáles? Nadie lo sabe. Se hacen anuncios ambiguos, se abren debates que nunca se cierran, y se confunde deliberadamente a la opinión pública.

Y mientras tanto, el abandono avanza. Lo que fue un espacio de oportunidad se ha convertido en tierra de nadie, usada durante años como vertedero improvisado, depósito de tierras, escenario de una dejadez institucional que se palpa a simple vista. No se trata solo de una calle no concluida: se trata de un fracaso en la forma de entender la ciudad.

Pero hay historia. Porque esa tierra ha sido vivida, transitada, soñada. Porque ahí crecimos muchos, viendo cómo se excavaban los sifones, cómo se canalizaban las aguas, cómo se abría la ciudad al futuro. Y ahora, esa misma tierra es negada por quienes deberían continuar lo que empezó con consenso y con razón de ser.

Aquí no pedimos milagros. Pedimos coherencia. Pedimos planificación. Pedimos continuidad.

San Adrián de Sasabe no es solo una calle: es la dignidad de un barrio.

Y la orla este no puede seguir siendo la tierra de nadie. Es tiempo de cumplir con lo que el urbanismo prometió. Es tiempo de levantar el muro —no de piedras, sino de indiferencia— y abrir camino a lo que es justo, útil y necesario.

No es una cuestión de presupuestos, sino de voluntad. No se trata de ideologías, sino de respeto al planeamiento vigente y a la ciudadanía.

Mientras no se concluya lo que se empezó, Las Fuentes seguirá viendo cómo el tiempo pasa, pero el compromiso no llega. Y esa deuda no la tapa ningún jardín sin nombre ni ningún parche de tierra sin destino.