En Las Fuentes y Montemolín, los campos de Torre Ramona han sido mucho más que un terreno de juego. Allí han corrido generaciones, se han forjado amistades, se han superado batallas personales y se ha respirado comunidad. Pero hoy, ese lugar símbolo de esfuerzo y pertenencia sigue marcado por las promesas incumplidas.

No es justo que tras más de medio siglo de espera, el acceso siga siendo un peligro. No es aceptable que una persona en silla de ruedas no pueda entrar con dignidad. No es de recibo que el graderío prometido duerma en un cajón del Ayuntamiento y que el tercer campo siga en tierra, cuando hay contratos firmados y voluntad técnica disponible.

Lo que falta aquí no es dinero. Es voluntad política.

¿Dónde están las prioridades del urbanismo municipal cuando se olvida de sus barrios más vivos, más humildes, más luchadores? ¿Qué más hay que hacer para que se dignifique una instalación que da servicio a miles de jóvenes, a escuelas, a personas mayores, a un barrio entero?

Cada peldaño no adaptado, cada pendiente sin barandilla, cada metro de tierra sin césped es una barrera que margina. Y eso no se puede permitir en una ciudad que presume de moderna, de justa, de accesible.

Hoy alzamos la voz por estos campos. Pero en realidad, alzamos la voz por todos los olvidos del barrio. Porque cada vez que se incumple una promesa, se entierra un poco más la confianza de la gente. Y no podemos permitirlo.

Quien gobierna no puede mirar a otro lado. Quien legisla, debe bajar al barro. Y quien representa, debe escuchar. Porque los barrios no piden milagros: piden respeto, memoria y justicia.

Y nosotros, desde aquí, seguiremos pidiendo, señalando y soñando, hasta que cada promesa tenga fecha, cada plano tenga obra, y cada niño o niña entre al campo por una puerta digna, sin miedo a caer, sin tener que esperar 50 años más.