Hay colores que no se ven en los mapas, pero están en el alma de los barrios. El gris del asfalto sin acabar. El rojo de la rabia contenida. El verde que nunca llegó en forma de parque. El blanco de los buzones vacíos. El azul roto de un toldo envejecido que intenta defenderse del calor. El amarillo de un balón viejo abandonado en un campo que antes fue gloria. Y sobre todo, ese tono invisible que tienen las promesas cuando se secan: el color del silencio institucional.
Esta semana hemos mirado de frente todos esos colores. Los hemos descrito con palabras que no se maquillan. Porque contar lo que pasa en Las Fuentes y Montemolín no es solo una tarea: es una urgencia moral.
No estamos narrando lo que duele por nostalgia. Lo estamos haciendo para que no se repita.
Y esta vez, no lo está contando el poder, ni la prensa complaciente, ni el boletín de campaña electoral. Lo está contando el barrio.
Esta ha sido una semana intensa. No por el ruido, sino por la profundidad. Lo que ha ocurrido no es solo una serie de artículos: es un acto colectivo de mirada, de memoria y de exigencia. Hemos comenzado a reconocer lo que durante demasiado tiempo ha sido invisibilizado, y ese simple gesto —reconocer— ya es un movimiento. Porque cuando un barrio se nombra, cuando se cuenta, cuando se describe desde dentro y no desde los despachos, comienza a renacer.
Todo empezó con un bosque. Un proyecto anunciado sin contar con el barrio, sin participación real, sin diálogo. Un símbolo claro de cómo muchas decisiones urbanísticas llegan desde arriba, envueltas en lenguaje técnico y promesas verdes, pero sin escuchar a quienes viven el suelo. El bosque fue el disparador. Pero no era solo un bosque: era el reflejo de una historia más amplia de silencios, exclusión y desconfianza.
A partir de ahí, cada artículo ha sido un paso más hacia una cartografía real de Las Fuentes y Montemolín. Hemos hablado de la orla este, ese proyecto urbanístico que no responde a las necesidades del vecindario, que prioriza otros intereses por encima del derecho a una vida digna y conectada. Hemos entrado de lleno en los problemas de vivienda, en las dificultades de emancipación de los jóvenes, en la falta de espacios seguros para la infancia y en la urgencia de una ciudad construida también para ellos, para ellas.
Montemolín, que a veces parece más invisible que Las Fuentes, también ha hablado. Y ha dicho con claridad que no se puede seguir funcionando con un reglamento de participación ciudadana que nadie cumple ni respeta. ¿Para qué se nos convoca si luego no se escucha lo que decimos? ¿Qué sentido tiene una democracia vecinal que solo sirve para llenar actas, pero no para cambiar realidades?
La ciudad se construye en el detalle, y esta semana lo hemos demostrado. Las calles han sido protagonistas. Hemos caminado por la calle San Adrián de Sasabe, inacabada desde hace décadas. Hemos recorrido la plaza Luis Fernández Heredia, donde un apartamiento quedó a medias y donde la infraestructura prometida nunca llegó. Hemos mirado de frente la glorieta Ciudad de Sarajevo, convertida en espacio sin memoria. Hemos recorrido la calle María de Aragón, que une dos barrios pero sigue dividida por la desidia.
Y también hemos pisado tierra en los campos de fútbol del Club Deportivo Santo Domingo Juventud, donde generaciones del barrio crecieron y aprendieron a convivir. Hoy ese espacio es otro símbolo: el de un deporte que resiste pese al abandono, que lucha por seguir siendo comunidad aunque las instituciones lo hayan relegado a la intemperie.
Todo lo que hemos contado esta semana tiene un hilo común: el abandono no es casual. Es estructural. Es la consecuencia de muchas decisiones acumuladas, de muchas omisiones políticas, de muchos planes diseñados sin escuchar al barrio. No hablamos de falta de ideas, sino de falta de voluntad. No es que no se sepa lo que hace falta: es que no se quiere hacer.
Pero entre tanta herida, también ha surgido algo fuerte: la voz. Una voz plural, sincera, crítica y comprometida. La de quienes siguen creyendo en el poder de la palabra para cambiar las cosas. La de quienes ya no quieren solo protestar, sino construir alternativas. La de quienes, con un artículo al día, están tejiendo una crónica del presente y una propuesta para el futuro.
Esta ha sido solo la primera semana. Lo que viene será más. Más calles, más voces, más realidades que necesitan ser contadas y escuchadas. Porque reconocer no es solo ver: es hacerse cargo. Y renacer no es una metáfora bonita: es una decisión de seguir, de proponer, de exigir, de imaginar otra forma de vivir el barrio.
Ya no estamos en el tiempo de las promesas. Esta vez, la palabra ha comenzado a caminar sola, con la fuerza de quienes ya no quieren pedir permiso.
No hay nada más que añadir.
Solo seguir.

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