En el corazón oxidado de Las Fuentes, allí donde el tiempo dejó cicatrices, una figura metálica resiste el abandono. No lleva placa, no presume autoría, no exige atención. Está. Y con estar, grita.

Su autora no es ella. Su autor fue un hombre.

Un artista.

Un vecino.

Luis Hinojosa.

Fue él quien un día decidió que el arte no debía encerrarse en museos ni adornar despachos, sino hablar desde la calle. Y hablar por quienes no podían hacerlo.

Con la técnica del oxicorte, que corta hierro con fuego y precisión, Luis talló una presencia femenina que ha terminado por convertirse en símbolo del barrio. Una bebedora de orujo, ajena al juicio, de mirada seca y cuerpo de chapa, clavada en la tierra como si fuera un acto de resistencia.

Pero lo más importante vino después:

la entregó. Sin pedir nada.

No pidió nombre.

No pidió gloria.

Sólo pidió memoria.

Y el barrio —como tantas veces— olvidó.

Durante años, su escultura convivió con el abandono, igual que las mujeres invisibles a las que representa. Y sin embargo, seguía ahí.

Como una palabra que nadie se atrevía a pronunciar.

Hoy queremos decirla en voz alta:

Gracias, Luis Hinojosa, por transformar el arte en denuncia.

Por poner el talento al servicio de lo común.

Por donar sin pedir.

Por mirar hacia los márgenes y decidir que ahí también había belleza, dignidad y verdad.

Tu escultura no es solo una obra.

Es un acto de amor hacia los nadie.

Es una bandera callada.

Es un espejo oxidado donde el barrio se mira y se reconoce.

Luis Hinojosa: el escultor que dio forma al olvido, y nos lo devolvió como memoria.